Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1886 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 3 de diciembre de 1886
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Gullón
Número y páginas del Diario de Sesiones: 77, 1857-1859
Tema: Interpelación sobre la política seguida por el Gobierno durante el interregno parlamentario

El tono que yo di ayer a la respuesta que creí debía dirigir al Sr. Gullón, más tenía de cariñosa y de sentida que de sarcástica, porque yo no podía menos de recibir con extrañeza, y con extrañeza dolorosa, aquellas advertencias que S.S. hacía al Gobierno y al Presidente del Consejo de Ministros, repitiendo poco menos que las mismas palabras que le había dirigido el Sr. Romero Robledo y, como consecuencia, las mismas advertencias. Y yo declaro, porque a mí me basta que lo diga el Sr. Gullón, que no fue su intención hacer advertencia al Gobierno, que pudieran lastimarle en su fuerza o su autoridad ni que pudiesen quebrantar la disciplina de la mayoría. Me basta, repito, que S.S. lo diga para creerlo; pero como ayer, por el tono en que S.S. las expuso, creyó todo el mundo que las hacía como manifestación de una disidencia y le aplaudían a todo placer nuestros adversarios, resultó que yo no tuve más remedio que recoger tal como se oyeron las cosas que dijo S.S.

¿Qué había de hacer yo, Sr. Gullón, más que sentir y lamentar, que una amistad de diez y ocho años, por nada ni por nadie quebrantada, que unas relaciones de tanto tiempo y de tanta intimidad, parecieran ayer un poco perturbadas y un tanto interrumpidas por cosas, en mi opinión, insignificantes, y además, por los argumentos mismos en que se fundaba el señor Romero Robledo para combatir al Gobierno? Su señoría podía haber hecho eso mismo y mucho más que eso dentro de su partido; podía haber dirigido esas advertencias, y advertencias mucha más importantes y más graves al antiguo amigo, al jefe de siempre; pero de hacer esas advertencias aquí, en plena sesión, delante de nuestros adversarios, para darles fuerza y autoridad, quebrantando así al amigo, eso no podía ser, eso no ha sido nunca, ni eso puede ser jamás. (Muy bien, muy bien).

¿Qué necesidad tuvo el Sr. Gullón de hacer ese alarde aquí, en pleno Parlamento, sin querer, de seguro, pero al fin, acompañando en la oposición a nuestros adversarios? ¿Qué necesidad tenía de eso su señoría?

¡Si nuestras relaciones no han sido interrumpidas; si no quiero que se interrumpan! Pues qué, ¿todo eso que ha dicho en público, no pudo S.S. haberlo dicho en privado, y, en último término, haber discutido conmigo, y si yo no le disuadía, si tales y tan profundas eran sus convicciones, sus doctrinas y sus principios, no le quedaba tiempo siempre para que en mejor ocasión hubiera hecho esa protesta solemne y pública que formuló ayer? Pues si no ha mediado lo que debía mediar entre correligionarios y amigos, ¿qué había yo de hacer, Sr. Gullón? ¿Qué hubiera hecho S.S. en mi caso?

Por lo demás, el Sr. Gullón me ha de permitir que yo creyera, como creyó todo el mundo que S.S. atacaba al Gobierno por la cuestión relativa al Código de procedimientos militares. Y a este propósito, yo dije a S.S.: ése no es asunto bastante grave, no sólo para que el amigo manifieste su disgusto en público al Gobierno, pero ni siquiera para justificar el ataque del adversario. Se trata, Sres. Diputados, de un Código de procedimientos militares que estaba aún en poder de la Comisión que lo debía estudiar, y aunque es de verdad que la Comisión dio por terminado su trabajo en julio de este año, eso no bastaba para publicarlo, porque después el Gobierno tenía que examinarlo; y en el Ministerio de la Guerra lo estudió el negociado correspondiente y dio su dictamen; lo dieron las Direcciones, y precisamente se hallaba en el despacho del Sr. Ministro de la Guerra en los días en que ocurrieron los acontecimientos que discutimos. De manera que, por parte del Gobierno, no podía hacerse más; el Gobierno tuvo en estudio mes y medio un asunto que venía retrasado por espacio de cuatro años por otros Gobiernos; y hasta tal punto se estudió en tan breve tiempo el proyecto (que la fin y al cabo se trata de una materia muy delicada, importante y grave), que ahí están las diversas observaciones que a él se hicieron, algunas importantísimas y dignas de la mayor consideración.

Por consiguiente, como ya he dicho, no era esto fundamento serio para el disgusto del amigo, y ni siquiera para el ataque del enemigo más exagerado, y por lo mismo, me chocaba más y más que S.S. trajera eso como una reserva, como un cargo contra el Gobierno. Lo mismo debo declarar respecto a los demás asuntos en que S.S. se ocupó.

La benevolencia. Comprendo que en una oposición hecha a todo trance y a toda costa, se haga uso de ese argumento; pero en un amigo, ni siquiera como indicación me lo explico, ni lo comprenderá nadie. ¿Qué vamos a hacer con las benevolencias más que recibirlas y agradecerlas? Podía el Sr. Gullón combatir al Gobierno si las pidiera, si las mendigase; pero este Gobierno no ha pedido benevolencia a nadie; y yo, que no digo que no se necesita benevolencia, porque ésta siempre es agradecida, puesto que produce bien a los Gobiernos, declaro, en último resultado, que al Gobierno actual no le estorban, porque si no las ha pedido, ¿qué mal le vendría de que todos [1857] los partidos (¡ojalá lo hiciera!) le prestaran su benevolencia? Tanto mejor; harían su marcha más fácil, y entonces chocarían todavía más las observaciones que quieren hacer amigos como S.S.

El mismo Sr. Gullón me ha dado la razón; si otros se han creído con libertad para hacer esas indicaciones, decía S.S., ¿por qué yo no he de tener esa misma libertad? Pues si la tiene todo el partido, no hay partido posible; si hay otros que las han hecho, es porque tenían motivos para hacerlas, y después de hablar conmigo, y por consiguiente, no tenían nada de particular; pero S.S., que no me ha hecho indicaciones, que no tenía motivos especiales para hacerlas ni nada en qué justificarlas, ¿por qué las ha hecho? ¿Para qué? Para dar gusto al Sr. Romero Robledo: no habrá querido S.S. dárselo, pero sin querer, se lo dio, y tan grande, que el Sr. Romero Robledo batía palmas de placer.

Por lo demás, yo he tenido una gran complacencia al oír lo que S.S. ha dicho respecto del programa del Gobierno. Antes de que S.S. haya expuesto ninguna indicación, la he hecho yo muy terminantemente en el Senado, aquí y en todas partes donde es preciso hacerla; y créame el Sr. Gullón, no necesitaba yo de la excitación de S.S. ni de nadie para conducirme así, una vez que lo había hecho sin que nadie me excitara a ello, porque ese es mi deber, y no dude tampoco que lo que no es necesario no debe hacerse, que la política anda por caminos muy difíciles y muy peligrosos para no hacer más que lo que sea indispensable, por el temor de que, saliéndose de lo indispensable, caiga el que se aventure, en lo que puede ser superfluo y perjudicial.

Ahora bien; si yo he hecho esto, si he dado las explicaciones necesarias y si estamos de acuerdo todos, en que yo no quiero otra cosa que el programa que tenemos y fortalecer, además, los resortes del gobierno y de la autoridad; ¿a qué viene la indicación de S.S.? Bien está S.S. en ese puesto, y bien estamos nosotros aquí, y si S.S. me deja escoger la situación relativa entre S.S. y yo, escojo con mucho gusto la misma que tuvimos en los diez y ocho años que hemos estado juntos, pero a condición de que S.S. haga lo mismo que ha hecho en esos diez y ocho años, y que yo le tenga todas las consideraciones, toda la amistad y toda la lealtad que yo he procurado guardar a S.S.

Aparte de esto, si yo dije algo que pudiera mortificar a S.S., créame que salía del fondo del asunto, de las circunstancias del momento, de las condiciones del debate. ¿Molestó a S.S. que yo dijera que no le iba mal a mi lado?

Si empecé por decir, ¿cómo se rompe una alianza que viene existiendo sin interrupción durante diez y ocho años, cuando me ha ido muy bien con la amistad de S.S.? ¿Qué quería el Sr. Gullón? ¿Que yo dijera que a S.S. le ha ido mal? Pues entonces estaba justificada la ruptura de la alianza; y como no había motivo para esta ruptura, yo tenía que decir que nos había ido bien a los dos.

La frase de los diez y ocho años y un día, tampoco tiene nada de particular, pues si hablé así, fue para reforzar el mismo argumento. Si hemos vivido en paz, en una amistad íntima y en amor de Dios por espacio de diez y ocho años, ¿por qué, si no hemos variado ni S.S. ni yo, se ha de romper esa amistad a los diez y ocho años y un día? ¿Dónde está aquí el sarcasmo? ¿Dónde está la ironía? ¿Dónde se encontrará más que la extrañeza de que una amistad que ha venido siendo tan íntima se rompa sin motivo alguno a los diez y ocho años?

Yo, Sr. Gullón, no he aludido a los puestos que merecidamente, ha ocupado S.S. Tiene S.S. un puesto distinguido en el partido liberal, puesto debido a sus merecimientos, a su laboriosidad, a sus condiciones de carácter, que no son muy comunes; condiciones de carácter que reconoce todo el mundo, y yo, mucho mejor que nadie, las aprecio y las estimo, puesto que he vivido muchos años en amistad íntima con S.S. Si yo he podido ayudar en algo a S.S., en muy poco ha debido ser; porque se ha ganado S.S. con sus merecimientos la posición que ha adquirido, y en todo caso, yo no habría hecho más que reconocer lo que estaba reconocido por todos, por los amigos y por los adversarios. Y esto me ha parecido siempre tan claro y tan evidente, que creí no había por qué decirlo ayer.

Pero, además, francamente hablando, ayer estaba un poco incomodado con S.S.; y por esto, sin dejar de hacerle justicia (¿cómo no había de hacer justicia a S.S. cuando no se la niego a nadie, ni a mis más decididos adversarios?) no quería, sin embargo, dedicarle el merecido elogio, cuando S.S. se complacía en ponerme en un apuro tan grande que yo no sabía cómo salir de él, porque yo no podía ver con calma que su señoría diera gusto, ni siquiera en apariencia, que no de otra suerte podría dárselo, a los que, motivados sólo por pasiones personales y por sentimientos pequeños, no tienen inconveniente en venir a atacar a su propio partido, al que los ha elevado, al que les ha dado importancia y vida. (Aplausos. -El Sr. Romero Robledo: Pido la palabra para una alusión personal).

¿Es S.S.? ¡Entonces es S.S. el que se acusa!

No; no quería yo que nadie pensara que el señor Gullón ayudaba, ni siquiera en apariencia, a los que hacen eso y observan tal conducta, a los que con ésta no sólo quebrantan al partido que les dio vida, sino que quebrantan también las instituciones que dicen que defienden; a los que con ese proceder, en último resultado, no hacen más que constituirse en receptáculo de los despojos de los grandes partidos, y no pueden levantar otra bandera que la del despecho, con lo cual y con el programa del descontento, no se gobiernan hoy las Naciones.(Aplausos).

Pues eso es lo que yo no quería; porque, señores Diputados, no están los tiempos para poner dificultades a los Gobiernos, ni aquí ni en ninguna parte; que mucho se habla de las dificultades que tenemos en España, como si solamente este fuera el país que las tiene, y sólo los Gobiernos españoles los que se ven forzados a combatirlas; siendo así que en todos los demás países hay también grandes dificultades, y en muchos que se consideran países muy normalizados y muy poderosos, existen dificultades más graves y más extraordinarias que las que tenemos en España. Por esto, pues, sostengo yo que no están los tiempos, aquí ni fuera de aquí, para poner obstáculos a los Gobiernos; pero que, sobre todo, no deben ponerlos los amigos; porque si los Gobiernos, al tener que resolver las dificultades y las complicaciones en que viven, alguna vez no aciertan a dar gusto a los amigos, para eso son amigos, para disculpar a los Gobiernos. En último resultado, Sres. Diputados, ahora nos sienta mejor que nunca la frase de un célebre Ministro francés: "¡Ah, decía, cuando no tengo razón es cuando [1858] necesito a los amigos, porque cuando la tengo con la razón me basta!". (Muy bien). [1859]



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